¿Quién no ha fantaseado alguna vez
con la idea de viajar a través del tiempo? La posibilidad de volver al pasado y
modificar sucesos que no ocurrieron como deseábamos, para mejorar de esa forma
nuestro presente y futuro; siempre teniendo en cuenta la peligrosa posibilidad
de desencadenar alguna serie de eventos paradójicos que acabe con nuestra propia
existencia. Y por otro lado, viajar a tiempos futuros con el objetivo de
visitar una sociedad más avanzada y evolucionada tecnológicamente, de manera
que podamos aprender sobre disciplinas que ni siquiera imaginamos en la
actualidad; también con la nefasta posibilidad de toparnos con un escenario
post-apocalíptico en el que la humanidad se ha autodestruido como especie.
Existe una forma realmente
sencilla de viajar a través del tiempo, más precisamente al pasado. Y no
requiere de ningún artilugio avanzado tecnológicamente para poder concretarse (aunque, como veremos más adelante, sí
existe un instrumento que hará que se disfrute más el viaje). La forma
más simple de viajar en el tiempo puede realizarse en tres simples pasos: esperar a una noche con el cielo despejado,
salir al exterior y mirar hacia arriba.
Albert
Einstein creó su famosa ecuación e=mc².
Que se refiere a la equivalencia entre la masa y la energía, y lo que
esto significa exactamente es que la
energía (e) es igual a la masa (m) por la velocidad de la luz (c) elevada al
cuadrado. Este último es el parámetro que nos interesa de la ecuación y
que vamos a explorar en mayor profundidad a continuación: la velocidad de la luz.
La
velocidad de la luz en el vacio es una
constante universal cuyo valor exacto es de 299.792.458 m/s, aunque
suele presentarse de manera aproximada como 300.000 km/s. La medida que
conocemos como año luz (vale aclarar
que no representa tiempo, sino distancia) es la distancia que recorre la
luz en un año, la cual es aproximadamente 10 billones de kilómetros. Esto
significa que aunque la luz viaja a velocidades realmente increíbles y
físicamente nada supera esa velocidad,
de todos modos, dicha velocidad es un
número finito y por lo tanto limitado.
¿Qué significa todo esto y que tiene que ver con los viajes en el tiempo? Pues bien, lo que esto significa es que cuando observamos un objeto cualquiera, la luz que dicho objeto emite o refleja tarda una cierta cantidad de tiempo en llegar a nuestro sistema visual. Si observamos a una persona que se encuentra a un metro de distancia de nosotros, entonces la luz que dicha persona refleja tarda aproximadamente 3,3 nanosegundos (0.00000000033 segundos) en alcanzar nuestros ojos; por supuesto ese intervalo de tiempo es tan ínfimo que se hace indetectable. Pero si establecemos la misma comparación con un objeto más lejano, por ejemplo el Sol, encontramos que la luz emitida por el Sol tarda aproximadamente 8,32 minutos en alcanzarnos. Esto quiere decir que cada vez que observamos al Sol lo vemos como era 8 minutos y medio atrás en el tiempo; quiere decir que, literalmente, estamos viendo al Sol como era en el pasado. Si las leyes que rigen el comportamiento de las estrellas se desvanecieran en un instante y el Sol estallase o se apagase súbitamente, aquí en la Tierra nos enteraríamos de ello ocho minutos después de que sucediese realmente.
¿Qué significa todo esto y que tiene que ver con los viajes en el tiempo? Pues bien, lo que esto significa es que cuando observamos un objeto cualquiera, la luz que dicho objeto emite o refleja tarda una cierta cantidad de tiempo en llegar a nuestro sistema visual. Si observamos a una persona que se encuentra a un metro de distancia de nosotros, entonces la luz que dicha persona refleja tarda aproximadamente 3,3 nanosegundos (0.00000000033 segundos) en alcanzar nuestros ojos; por supuesto ese intervalo de tiempo es tan ínfimo que se hace indetectable. Pero si establecemos la misma comparación con un objeto más lejano, por ejemplo el Sol, encontramos que la luz emitida por el Sol tarda aproximadamente 8,32 minutos en alcanzarnos. Esto quiere decir que cada vez que observamos al Sol lo vemos como era 8 minutos y medio atrás en el tiempo; quiere decir que, literalmente, estamos viendo al Sol como era en el pasado. Si las leyes que rigen el comportamiento de las estrellas se desvanecieran en un instante y el Sol estallase o se apagase súbitamente, aquí en la Tierra nos enteraríamos de ello ocho minutos después de que sucediese realmente.